El segundo disyuntivo en que se separa,
tu mente de los deseos del ego,
ese instante en el que renuncias a la vida cotidiana,
en el que cuelgas los tacones y te quedas descalza.
El desprendimiento de un sueño de la familia,
reemplazado por tu propia locura;
al final del día tus pasos nadie los marca,
eres la dueña única de tus suelas rotas.
Y por las mañanas es cuando peor lo vives,
un gemido abismal se cuela en tus huesos, lívidos,
gotas eternas filtrándose en tus pestañas.
La duda te carcome hasta el pensamiento más puro,
las aventuras se transforman en encierro,
¿Qué hacer?, ¿qué harás por remediarlo?,
A tu edad ya no se tolera el llanto.
Entonces llega la encrucijada: crece, crece para ti,
o crece para la gente.
Vive, vive la vida tuya,
o vive la que te dijeron que debías.
Nutre tu propio camino, o muévete con la manada,
renuncia a tu propia demencia,
o vuélvete la exigencia colectiva.
Te matas o te matan, tú decides, princesa.
tu mente de los deseos del ego,
ese instante en el que renuncias a la vida cotidiana,
en el que cuelgas los tacones y te quedas descalza.
El desprendimiento de un sueño de la familia,
reemplazado por tu propia locura;
al final del día tus pasos nadie los marca,
eres la dueña única de tus suelas rotas.
Y por las mañanas es cuando peor lo vives,
un gemido abismal se cuela en tus huesos, lívidos,
gotas eternas filtrándose en tus pestañas.
La duda te carcome hasta el pensamiento más puro,
las aventuras se transforman en encierro,
¿Qué hacer?, ¿qué harás por remediarlo?,
A tu edad ya no se tolera el llanto.
Entonces llega la encrucijada: crece, crece para ti,
o crece para la gente.
Vive, vive la vida tuya,
o vive la que te dijeron que debías.
Nutre tu propio camino, o muévete con la manada,
renuncia a tu propia demencia,
o vuélvete la exigencia colectiva.
Te matas o te matan, tú decides, princesa.